martes, diciembre 20, 2005

Back in Granada

Ya ha pasado más de una semana desde que regresé de Edimburgo y me estoy “reacostumbrando” a mi vida de Granada. Y digo reacostumbrando porque realmente parece que hubieran pasado años desde que me fuera.
La cuestión sería “¿por qué todo es tan igual y tan diferente?”; porque efectivamente esta sigue siendo mi casa, mi ciudad, pero de algún modo todo es distinto. Esta fue la primera vez que abandoné mi hogar durante más de un par de semanas. Supongo que la gente que haya estudiado fuera de sus ciudades ya conocerá esta sensación. Me siento extraño en mi habitación, aunque es la de siempre… mis dvds, mis libros, mi equipo de música, mi ordenador de sobremesa, mi querida cama… Sé que todo es mío, pero no puedo evitar sentirme casi como un invitado.

El problema es que llegué a considerar Edimburgo como mi hogar. Extraño aquella habitación, con la vista de la pradera con los caballos pastando, la música de Javi resonando por las paredes, la bendita cama con el nórdico, mi patética bandeja del frigorífico con el bote de mayonesa y el trozo de mantequilla que caducó hace mes y medio, el estante del armario con el saco de 3 Kg. de macarrones por 1,5 libras del ASDA, nice parkel parquecillo grande ese que está medio escondido, la máquina de cafés del departamento que vale 30 peniques, la pista de Squash donde colé 3 bolas seguidas, los cisnes del lago, las agitadas carreras hacia la parada del bus para salir de marcha (y regresar), la pinta de Snake Bite del Rush, el endiablado sabor de las muffins de chocolate, la lluvia tan fina que apenas te mojaba, el majestuoso panorama de la ciudad contemplado desde Calton Hill e incluso añoro esa dichosa alarma que sonaba y nos obligaba a evacuar el edificio sólo porque en alguna habitación saltaba el detector de humo por el vapor de la ducha de alguna descuidada…
Aparte de estos detalles, también echo de menos a toda la gente, esas personas que en apenas un par de meses se convirtieron en parte de mi vida, “mi familia Erasmus” y con las que tanto he disfrutado y tanto he aprendido. Os quiero un montón.

El caso es que la vuelta a Granada me ha devuelto a la realidad. Aquí las cosas han continuado desarrollándose independientemente de mi ausencia. Por fin taparon las excavaciones arqueológicas de la avenida de la constitución, han creado un aulario nuevo en Severo Ochoa, han abierto una mega discoteca en el Neptuno, la zona del Kinépolis se ha triplicado.... o por ejemplo, mi vecinillo de 13 años que siempre ha sido muy canijo, ha pegado el estirón del siglo y ahora ni le reconozco. Y diréis “claro, ¿qué te pensabas? ¿Que las cosas iban a esperar que regresaras?” Lógicamente no, pero el simple hecho de observar estos cambios de repente, te hacen reflexionar sobre cómo avanza el rumbo de la vida. Si me hubiera quedado en Granada seguramente ni me habrían sorprendido estos acontecimientos por el simple hecho de que los estaba viendo desarrollarse. La vida sigue su curso y no espera a nadie.

Es imposible acostumbrarse a un lugar, todo cambia mientras nosotros también conquistamos nuestras ambiciones y tenemos que asumirlo, aunque eso signifique abandonar nuestro hogar, nuestra gente, nuestro modo de vida cotidiano. Ahí es adonde quería llegar. Creo que conseguir el Erasmus me ha servido para entender que tarde o temprano, mi vida tenía que cambiar. Salir de Granada, descubrir que hay mucho en mi futuro que conseguir y que tendré que currar y arriesgar si quiero conseguirlo. Seguramente lo habría descubierto un año o dos después, pero la experiencia de comprobar hasta qué punto eres lo suficientemente maduro como para apañártelas solo, no tiene precio. Algunos llaman a esta ‘libertad’subir un peldaño o escalón. Yo creo que he subido 3 de golpe al venirme además a una ciudad escocesa.

Además, descubrí que algo que me preocupaba no tenía tanta importancia como temía: el hecho de extrañar a los amigos y la familia. Mis padres se encargaron de recordarme lo mucho que me quieren cebándome a mantecados y polvorones y esta última semana pude quedar con casi todos mis mejores amigos quienes también me demostraron que la amistad verdadera no se pierde a pesar de las distancias. Sabéis lo que os quiero.

En fin, termino esta paranoia de post con una reflexión personal. Ahora entendí que no es complicado romper con la rutina y la vida de siempre. No tengo que preocuparme de cómo transcurren todas las cosas. Tengo libertad para viajar y trabajar donde quiera, de crear mi destino. También sé que puedo visitar el fin del mundo y al regresar ahí estarán mis amiguetes esperándome con las coñas habituales y un tinto de verano con tapa bajo el brazo. Que siempre puedo volver y encontrar Granada diferente, cambiada, distinta, pero en el fondo sigue siendo la de siempre, mi Granada.